Sus ojos me miraban en silencio y al hacerlo, sus pupilas se hacían cada vez más grandes.
Parecía gritar: ¡llevame contigo!
Sin dudarlo la tomé entre mis brazos y la saqué de aquel lugar oscuro.
Notaba que su corazón latía deprisa, temblaba de miedo, pero confió en mí y no hizo nada, se dejó llevar aún sin saber cuál era su destino.
Al llegar a casa, hicimos una fiesta, la alegría era la anfitriona y su pequeño corazón se relajó y ya caminaba más despacio.
Ya no temblaba y sus ojos reían a carcajadas.
Al coger confianza, sus pasos, como bailes de alguna elegante danza, recorrió toda la casa y eligió dormir en los pies de mi cama.
Han pasado varios años desde que llegó a mi vida, y a veces, la miro y doy gracias por haberla traído a casa aquella tarde.
Mi gata Katy, me salva, me llena, me envuelve de paz y aunque a veces también me araña cuando juega con mis dedos, estoy feliz porque sea una más de la familia.
Pilar A.R.